lunes, 18 de abril de 2016

Lo que el Frente Amplio puede aprender de Fuerza Popular

Por Mauricio Zavaleta /MERCADO ELECTORAl
En 1990, la victoria de Alberto Fujimori dio una lección duradera al resto de políticos peruanos: que no era necesario contar con una organización partidaria para ganar elecciones. Luego de ganar como outsider, Fujimori señaló a la “partidocracia” como responsable de la profunda crisis de gobernabilidad que sufría el país y bajo ese discurso liquidó a los partidos que habían dado vida a la democracia desde 1980. Así, durante sus años en el gobierno se negó a formar una organización política y creó un nuevo membrete para cada periodo electoral. Este patrón fue seguido por casi todos los políticos a nivel nacional. Por ejemplo, mientras en las elecciones generales de 1985 hubo 9 candidatos presidenciales, estos pasaron a 19 en 2016. En la Municipalidad de Lima, los postulantes aumentaron de 7 en 1986 a 13 en 2014, y en la de Arequipa de 11 a 23 en el mismo periodo. Todo partido formado luego de 1990 fue, en estricto, un vehículo personalista.


Paradójicamente, es Keiko Fujimori quién ha dado la enseñanza contraria. El alto porcentaje obtenido en la elección presidencial, pero sobre todo el contunde triunfo en las elecciones legislativas, dan cuenta del fortalecimiento organizativo de Fuerza Popular. De su derrota en 2011, Keiko obtuvo dos lecciones centrales. Por una lado, que era necesario moderar al fujimorismo si querían regresar al poder. Como ha mostrado Adriana Urrutia, lo que hoy es Fuerza Popular nació de un núcleo de simpatizantes forjados en el periodo que la narrativa fujimorista identifica como la época de la persecución política. Vale decir, los juicios por corrupción y violación a los derechos humanos seguidos luego de la democratización. En ese sentido, la reinvindicación del gobierno fujimorista – sin matiz alguno – y la libertad de Alberto eran su raison d’etre.

Keiko Fujimori fue cambiando esta dinámica. Desde 2011 en adelante ha logrado ampliar el alcance electoral de una agrupación que de otra manera estaría limitada a un nicho de conversos. No obstante, sus resultados en la moderación política han sido ambiguos. Su anti-voto aun es relativamente alto y para un sector de votantes de centro la diferenciación con su padre es poco creíble. En ese sentido, es la segunda lección aprendida de la derrota de la cual ha sacado resultados más positivos. Durante cinco años, Keiko Fujimori se encargó de formar una organización partidaria. Recorrió el país conformado comités y reclutando candidatos competitivos, varios de los cuales “probó” en las elecciones regionales de 2014. De hecho, 45% de los candidatos al congreso de Fuerza Popular por circunscripciones regionales fueron previamente candidatos a cargos locales en 2014.

En ese sentido, es resaltante que los dos únicos partidos nacionales que compitieron seriamente en las elecciones de 2014 hayan obtenido resultados importantes en esta elección parlamentaria: Fuerza Popular y Alianza para el Progreso. El primero ganó el mayor número de gobiernos regionales (3) y posteriormente la mayoría parlamentaria, mientras que el segundo obtuvo la cifra más alta de gobiernos provinciales (19) y resultó como la cuarta fuerza política sin contar con el arrastre de un candidato presidencial. Es decir, la organización territorial ha sido relevante. Independientemente que un vehículo personalista como Peruanos por el Kambio (PPK) sea quien finalmente gane la contienda, la tendencia instaurada por Alberto Fujimori en 1990 habrá encontrado sus límites en esta elección, luego de más de 25 años de vigencia.

Si los partidos más organizados tienen mejores resultados electorales, los incentivos para invertir en formación partidaria se incrementan en todo el sistema. Keiko Fujimori optó por desobedecer la tradición inaugurada por su padre y formar una organización  luego de la derrota en 2011, presumiblemente influenciada por la necesidad de confrontar a un rival poderoso – pero desorganizado – como la anti-fujimorismo. César Acuña también inició la formación de una maquinaria política luego de sufrir una derrota nacional que lo llevó a competir contra el aprismo en La Libertad. De manera similar, la derrota del Frente Amplio y Acción Popular pueden ser tomadas como oportunidades organizativas.

De manera sorpresiva, en gran medida por la selección de una buena candidata (y el azar), el Frente Amplio logró acercarse a los resultado de Izquierda Unida (IU) en 1985. En los siguientes meses, será oposición del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski o Keiko Fujimori, lo cual le permitirá consolidar una marca partidaria claramente a la izquierda del oficialismo. En un mercado donde la diferenciación es esencial, esta posición es claramente ventajosa. Sin embargo, en términos organizativos, el escenario es menos favorable. IU, al igual que buena parte de los partidos de izquierda en América Latina, se erigieron sobre la base de sindicatos, federaciones campesinas o la iglesia progresista, organizaciones casi inexistentes en el Perú actual. Por otra parte, será necesario que el liderazgo de Verónika Mendoza se fortalezca de manera interna, algo similar o lo realizado por Keiko Fujimori desde que asumió las riendas del fujimorismo en 2006.

Las elecciones subnacionales de 2018 serán para el Frente Amplio una buena ocasión para mostrar fortaleza organizativa y ganar experiencia de gobierno en los niveles locales. De ninguna forma se puede permitirse resultados como los del 2014, cuando perdió en las 9 regiones y 40 provincias donde participó. Como lo ha expresado el politólogo Adam Przeworski, la democracia es el sistema donde los políticos pierden elecciones bajo el supuesto de que habrá una contienda futura en la cual puedan resultar ganadores. Es por ello que muchos partidos fuertes han sido formados como resultado de sucesivas derrotas electorales. Organizados para enfrentar toda elección venidera. Fuente: www.semanaeconomica.com

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